tiene muy buena mano.
La madera, que sabe que él la quiere,
se deja hacer.’
(Eduardo Galeano, El libro de los abrazos)
La madera se deja hacer porque sabe que el carpintero la quiere. El arte y el cariño se juntan en las manos del artesano sabio. Y de ellas sale la obra perfecta que es honra para la madera y para el que la trabajó. Las curvas suaves en las vetas exactas, la forma debida con recuerdos del árbol que la engendró, y la adaptación a los usos a que ahora se destina en la mano del hombre, el olor a selva y el toque de taller. Trabajo digno en profesión honrada. Cooperación de las manos que obran y la madera que cede. Y ello porque hay confianza mutua y respeto y amor. Así se trabaja.
El carpintero quiere a la madera. Y la madera lo sabe. Y de ahí sale la obra maestra. Amar lo que trabajamos, amar lo que tocamos, amar lo que hacemos. Y amar de tal manera que lo que amamos y los que amamos se sientan amados y respondan con docilidad voluntaria al proceso que los forma en responsabilidad compartida. Nunca forzar, nunca imponer, nunca esclavizar. La madera se sabe querida y eso le facilita la entrega generosa al cambio difícil que le da un nuevo ser.
Cuenta Chuang Tzu de un carpintero que, cuando le encargaban un mueble, iba a la selva y se ponía a preguntar a los árboles, uno a uno, a ver cuál se consideraba idóneo y dispuesto para aquel trabajo. Sentía sus respuestas, las valoraba, las aceptaba, y por ellas elegía por fin el árbol que mejor iba a servir para la tarea encomendada. La madera sabe mejor que el carpintero qué es lo que más conviene a cada obra. Y lo dice si le sabemos consultar.
Lo importante es que la madera se sienta amada. Que no sea instrumento ciego de ganancia egoísta. Que no se vea víctima inevitable de procesos crueles. Que sepa que es útil, que es bella, que es querida, y que es precisamente la transformación penosa pero necesaria en manos expertas, la que la capacitará para ser obra noble en presencia del hombre. Que se entregue con ilusión porque confía en quien la escoge con cariño.
Otro carpintero podrá trabajar con violencia, disgusto, despecho. Quizá el observador externo no vea la diferencia, pero la madera la siente. Como siente la carne el tacto del cirujano o el golpe del agresor y los disti ngue. Todos somos carpinteros, de una manera o de otra, y podemos elegir entre amar la madera que trabajamos como aliada nuestra, o forzarla como enemigo que se resiste. La obra será distinta, y distinta será también nuestra satisfacción.
TOMADO DE LA PAGINA DE : CARLOSVALLES.COM
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